Mucho. Naturalmente. La anarquía total anula por completo
toda posibilidad de defender nuestros derechos y libertades. La ley y un buen
gobierno que la aplique es imprescindible para que toda persona que quiera ir
por la vida respetando, haciéndose respetar y viviendo a su total antojo tenga
éxito.
Un buen, y limitado, gobierno lo es todo. En los países en
que el gobierno funciona las personas que sólo quieren vivir y dejar vivir
tienen una existencia relativamente feliz. Con una autoridad limitada a ser
imparcial, a ponerse del lado de las víctimas, a realizar juicios justos, a
castigar a los malos y defender a los buenos las cosas funcionan sino de
maravilla sí bien.
Así de simple. Para eso sirve un gobierno, para establecer
una serie de reglas a las que todos nos tenemos que alinear para que las cosas
funcionen. Un buen gobierno no es una madre ni un padre, es un juez que a todos
nos juzga por igual, y consolida las bases para que todos los componentes de
una sociedad tengan como prioridad el respeto a un contexto humano que tiene
derechos inalterables sea cual sea su condición social, religión, preferencias
sexuales u origen étnico.
¿Por qué hay millones de seres humanos queriendo emigrar a
Estados Unidos y no a Cuba, Venezuela o Corea del Norte? Por eso precisamente. Porque
un país que defiende los derechos y las libertades de cualquier persona es el
tesoro más grande que un hombre libre puede hallar sobre la tierra.
El problema empieza cuando surgen los gobiernos que se toman
el papel mucho más allá de los límites que la lógica impone. Gobiernos que se
sienten padres de familia, que se ponen del lado de un sector de la sociedad no
sólo ignorando sino tratando con hostilidad al resto. Existen países en que los
gobiernos dividen a la sociedad de tajo; unos, sus seguidores, votantes y
aspirantes a un subsidio vitalicio son los buenos, a los que hay que dar todo, repartir
a manos llenas, sin importar el abuso en el ejercicio de la pereza que éstos hagan. El
resto son los malos.
Y en países así la vida es un infierno. Porque el gobierno
no es aquella figura que se limita a imponer un orden de respeto mutuo. Sino que
se vuelve enemigo de un sector de la población, hace imposible la convivencia, dándoles
por puros traumas ideológicos la razón a unos y criminalizando a otros, cuando
no debería ser su función.
Un gobierno en el que los políticos se sienten estrellas de
cine, adictos a las cámaras, padres de
sus votantes, enemigos de quienes no los votan y figuras omnipotentes que
pueden encarnar los tres poderes del Estado en sí mismos para dar y repartir
justicia o cárcel según sus convicciones, es lo más cercano a la total ausencia
de gobierno, es lo peor que le puede pasar a un pueblo y trae consecuencias
terribles. Países donde sus gobernantes se sienten soldados en plena guerra que
gritan y despotrican contra todo lo que les gusta son un buen ejemplo de ello.
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