miércoles, 29 de junio de 2016

¿Qué tan importante es un gobierno?

Mucho. Naturalmente. La anarquía total anula por completo toda posibilidad de defender nuestros derechos y libertades. La ley y un buen gobierno que la aplique es imprescindible para que toda persona que quiera ir por la vida respetando, haciéndose respetar y viviendo a su total antojo tenga éxito.
Un buen, y limitado, gobierno lo es todo. En los países en que el gobierno funciona las personas que sólo quieren vivir y dejar vivir tienen una existencia relativamente feliz. Con una autoridad limitada a ser imparcial, a ponerse del lado de las víctimas, a realizar juicios justos, a castigar a los malos y defender a los buenos las cosas funcionan sino de maravilla sí bien.
Así de simple. Para eso sirve un gobierno, para establecer una serie de reglas a las que todos nos tenemos que alinear para que las cosas funcionen. Un buen gobierno no es una madre ni un padre, es un juez que a todos nos juzga por igual, y consolida las bases para que todos los componentes de una sociedad tengan como prioridad el respeto a un contexto humano que tiene derechos inalterables sea cual sea su condición social, religión, preferencias sexuales u origen étnico.
¿Por qué hay millones de seres humanos queriendo emigrar a Estados Unidos y no a Cuba, Venezuela o Corea del Norte? Por eso precisamente. Porque un país que defiende los derechos y las libertades de cualquier persona es el tesoro más grande que un hombre libre puede hallar sobre la tierra.
El problema empieza cuando surgen los gobiernos que se toman el papel mucho más allá de los límites que la lógica impone. Gobiernos que se sienten padres de familia, que se ponen del lado de un sector de la sociedad no sólo ignorando sino tratando con hostilidad al resto. Existen países en que los gobiernos dividen a la sociedad de tajo; unos, sus seguidores, votantes y aspirantes a un subsidio vitalicio son los buenos, a los que hay que dar todo, repartir a manos llenas, sin importar el abuso en el ejercicio de la pereza que éstos hagan. El resto son los malos.
Y en países así la vida es un infierno. Porque el gobierno no es aquella figura que se limita a imponer un orden de respeto mutuo. Sino que se vuelve enemigo de un sector de la población, hace imposible la convivencia, dándoles por puros traumas ideológicos la razón a unos y criminalizando a otros, cuando no debería ser su función.
Un gobierno en el que los políticos se sienten estrellas de cine, adictos a las cámaras,  padres de sus votantes, enemigos de quienes no los votan y figuras omnipotentes que pueden encarnar los tres poderes del Estado en sí mismos para dar y repartir justicia o cárcel según sus convicciones, es lo más cercano a la total ausencia de gobierno, es lo peor que le puede pasar a un pueblo y trae consecuencias terribles. Países donde sus gobernantes se sienten soldados en plena guerra que gritan y despotrican contra todo lo que les gusta son un buen ejemplo de ello.

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