La vida del gran pintor neerlandés es un recorrido por el
sendero del sufrimiento, en casi todas sus crueles manifestaciones. La
incomprensión, la soledad, el hambre y la tristeza fueron sus divisas diarias, combinadas,
cuando la suerte lo socorría, con un poco de comida, alcohol y una prostituta. Lo
mejor a lo que podía aspirar. Durante ese recorrido, en el que aprendió a amar
sus miserias, se dio el tiempo para pintar abundantemente. Fue un artista con
una productividad maravillosamente extensa, sin que sea posible explicar de
dónde sacaba energías para concentrarse y pintar acosado siempre por la miseria,
si ignoramos la primera gran vocación que sintió en su vida. Sólo hay una
explicación a esa fuerza mística que lo sostuvo con vida tantos años de carencias
(porque viendo su biografía sabemos que a pesar de haber muerto joven, después
de haber padecido tanto, murió viejo): Van Gogh depositó su religiosidad
frustrada en la pintura. Su fuerza tenía un origen teológico.
Aunque sólo lo conocemos como un gran pintor, sus avances en
la teología fueron admirables y me atrevo a decir que fue un gran filósofo. Sus
reflexiones tenían el mejor origen y por ello la mayor garantía de no ser las
arengas de un hipócrita. Van Gogh disertaba desde el sufrimiento, a mi juicio
la mejor escuela para un teólogo cristiano y fuente de una filosofía sincera,
humana y realista. En sus autorretratos él quiso ofrecernos a un hombre que
había sufrido mucho, y logró que a primera vista nos parezca sólo un idiota. Pero
en las cartas a su hermano Theo, su benefactor de toda la vida, se revela una inteligencia prodigiosa y una
comprensión del ser humano envidiable, casi dostoevskyana.
Como pastor cristiano sus compañeros de gremio no lo echaron
por débil ni por idiota, sino por sincero. Quería ejercer ignorando la hipocresía
y los defectos que habían cubierto al cristianismo desde sus orígenes hasta su
época. Van Gogh era un fanático de la sinceridad, jamás supo disfrazarse. Por ello
nunca estuvo capacitado mentalmente para vivir deambulando entre una sociedad,
razón por la cual extraña tanto que sobreviviera tantos años.
Pero la ausencia de hipocresía en su cerebro fue suplida por
cualidades que hacían de él un genio. No obstante, aunque genio, siempre estuvo
destinado al fracaso. De hecho la grandeza de su obra pictórica radica en uno
de sus fracasos, quizás el que más le dolió. Con gran luminosidad y exceso de
colores trató de hacer de paisajes infinidad de retratos de la felicidad, o al menos de la
alegría. Pero no lo consiguió. Incluso en los muchos retratos que llegó a
pintar vemos sólo a infelices. Van Gogh fue incapaz de retratar la felicidad
porque él jamás logró conocerla. Y esos intentos, esas frustradas
aproximaciones a las que se dedicaba con furia frenética, son lo que hacen a su
obra nostálgica, cálida y extraordinaria.
Lo que sí conoció el gran artista fue el dolor, y tanto lo
conoció, tanto se le metió en la vida y tantos años tuvo que vivir con él que
llegó a amarlo. Y tanto lo amó que no quiso dejar este mundo sin despedirse de
él lentamente. He oído hablar de hombres a los que se los considera valientes
porque se pegan un tiro de forma certera, para morir al instante y así huir del
dolor. Y si esos son valientes, Vincent van Gogh merece salvas de artillería en
honor a su gran valentía. El artista se pegó un tiro calculando tardar varios
días en morir. Tanto había convivido con el dolor durante toda su vida, que
decidió despedirse de él lentamente. Nadie le ha hecho un homenaje tan grande
al sufrimiento.

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