lunes, 23 de enero de 2017

Vincent van Gogh, el artista que amó al dolor

La vida del gran pintor neerlandés es un recorrido por el sendero del sufrimiento, en casi todas sus crueles manifestaciones. La incomprensión, la soledad, el hambre y la tristeza fueron sus divisas diarias, combinadas, cuando la suerte lo socorría, con un poco de comida, alcohol y una prostituta. Lo mejor a lo que podía aspirar. Durante ese recorrido, en el que aprendió a amar sus miserias, se dio el tiempo para pintar abundantemente. Fue un artista con una productividad maravillosamente extensa, sin que sea posible explicar de dónde sacaba energías para concentrarse y pintar acosado siempre por la miseria, si ignoramos la primera gran vocación que sintió en su vida. Sólo hay una explicación a esa fuerza mística que lo sostuvo con vida tantos años de carencias (porque viendo su biografía sabemos que a pesar de haber muerto joven, después de haber padecido tanto, murió viejo): Van Gogh depositó su religiosidad frustrada en la pintura. Su fuerza  tenía un origen teológico.
Aunque sólo lo conocemos como un gran pintor, sus avances en la teología fueron admirables y me atrevo a decir que fue un gran filósofo. Sus reflexiones tenían el mejor origen y por ello la mayor garantía de no ser las arengas de un hipócrita. Van Gogh disertaba desde el sufrimiento, a mi juicio la mejor escuela para un teólogo cristiano y fuente de una filosofía sincera, humana y realista. En sus autorretratos él quiso ofrecernos a un hombre que había sufrido mucho, y logró que a primera vista nos parezca sólo un idiota. Pero en las cartas a su hermano Theo, su benefactor de toda la vida, se revela una inteligencia prodigiosa y una comprensión del ser humano envidiable, casi dostoevskyana.
Como pastor cristiano sus compañeros de gremio no lo echaron por débil ni por idiota, sino por sincero. Quería ejercer ignorando la hipocresía y los defectos que habían cubierto al cristianismo desde sus orígenes hasta su época. Van Gogh era un fanático de la sinceridad, jamás supo disfrazarse. Por ello nunca estuvo capacitado mentalmente para vivir deambulando entre una sociedad, razón por la cual extraña tanto que sobreviviera tantos años.
Pero la ausencia de hipocresía en su cerebro fue suplida por cualidades que hacían de él un genio. No obstante, aunque genio, siempre estuvo destinado al fracaso. De hecho la grandeza de su obra pictórica radica en uno de sus fracasos, quizás el que más le dolió. Con gran luminosidad y exceso de colores trató de hacer de paisajes infinidad de retratos de la felicidad, o al menos de la alegría. Pero no lo consiguió. Incluso en los muchos retratos que llegó a pintar vemos sólo a infelices. Van Gogh fue incapaz de retratar la felicidad porque él jamás logró conocerla. Y esos intentos, esas frustradas aproximaciones a las que se dedicaba con furia frenética, son lo que hacen a su obra nostálgica, cálida y extraordinaria.
Lo que sí conoció el gran artista fue el dolor, y tanto lo conoció, tanto se le metió en la vida y tantos años tuvo que vivir con él que llegó a amarlo. Y tanto lo amó que no quiso dejar este mundo sin despedirse de él lentamente. He oído hablar de hombres a los que se los considera valientes porque se pegan un tiro de forma certera, para morir al instante y así huir del dolor. Y si esos son valientes, Vincent van Gogh merece salvas de artillería en honor a su gran valentía. El artista se pegó un tiro calculando tardar varios días en morir. Tanto había convivido con el dolor durante toda su vida, que decidió despedirse de él lentamente. Nadie le ha hecho un homenaje tan grande al sufrimiento. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario