Siempre he dicho y he escrito que la izquierda más primitiva
para florecer y perdurar necesita pobres, y quizás debido a ello los fabrica
por legiones. En mi libro “El político: El oficio indigno”, mencioné que sería
imposible para caudillos paternalistas y gritones, en la línea de Hugo Chávez y
López Obrador, tener éxito en países como Alemania o Suiza. Sus alaridos allá
no les acarrearían fanáticos por doquier pero sí una temporada en un hospital
psiquiátrico.
La situación bilateral entre México y Estados Unidos ha
entrado en una crisis diplomática que va generando poco a poco el terreno ideal
para que Obrador sea presidente y para que convierta a su país en una completa
ruina económica, pero llena de amor patriótico. Ingenuamente, muchos creímos
que una vez que tomara posesión del cargo, Trump le bajaría dos rayitas a su
circo para comportarse con la dignidad y la compostura que exige el cargo de
Jefe de Estado del país más poderoso, rico y libre del mundo. Grave error, el
tipo sigue usando Twitter como un columnista de espectáculos de una revista que
difunde contenidos completamente amarillistas. Y mientras los Padres Fundadores
se revuelcan en su tumba de vergüenza, México entra en una difícil etapa en la
que requiere el mejor esfuerzo de sus hijos más inteligentes, donde la
abstención de la izquierda radical sería lo más sano.
Lamentablemente eso es imposible. La izquierda tendrá ahora
un país ideal para florecer. Si las reformas de Peña Nieto hubieran tenido un
efecto positivo inmediato, y si Clinton hubiera ganado la presidencia yanqui,
otro escenario sería. De ese color las cosas, Obrador estaría ante el imposible
reto de un hombre como él de hacer encajar sus políticas en un país cada vez
más rico. Algo así como que el Papa vaya a amenazar con el infierno a los que
ya descansan en el cielo.
No obstante, estando la situación como está, el nacionalismo
mexicano alentado por la antipatía y la agresividad que destila Trump, puede
dirigir todas sus esperanzas a un caudillo paternalista, gritón y sin ideas que
cree que un modelo soviético humanizado puede funcionar. López Obrador lleva ya
muchos años siendo figura relevante en la política mexicana. Ha sido Jefe de
Gobierno de la capital, dos veces candidato a la presidencia y presidente legítimo
de México por un periodo que inició en el 2006 y que nadie sabe bien cuándo terminó
o si alguna vez terminó. También desde el simbólico año 2006, tras desbancar al caducado Cuauhtémoc
Cárdenas, es el líder indiscutible de la izquierda mexicana.
Desde su posición, arenga constantemente contra una mafia que
tiene esclavizado a México y que vive corruptamente del pueblo, mientras se
promociona como un hombre absolutamente bueno, patriota y pacifico que no tiene
ningún interés económico detrás de sus proyectos políticos. Curiosamente, ese caudillo paternalista se afilió al PRI desde
mediados de los 70s, cuando éste ya era uno de los partidos más corruptos del
mundo y tenía en su haber una buena cantidad de crímenes, fraudes y represiones
sangrientas. No hacía ni diez años de la matanza estudiantil del 68 cuando él
llegó. Fue parte de una corriente priísta que al no verse favorecida por altos
cargos desde la cúpula del partido saltó al recientemente creado PRD a finales
de los 80s. El último priísta relevante
que tomó la misma ruta hacia el poder y la gloria fue Ángel Aguirre, ex
gobernador de Guerrero defenestrado por la desaparición de 43 estudiantes que
conmocionó a México y al mundo.
Por su parte, mientras Obrador fue Jefe de Gobierno de la
capital, los escándalos de corrupción fueron de lo más tradicional y dejaron
clara su educación priísta. De hecho la izquierda lleva veinte años gobernando
la Ciudad de México y la ha convertido en una cloaca de la corrupción y en un
campo de rebeliones de comunistas de lo más radical que destruyen todo a su
paso y rara vez o nunca alguien paga por sus desmanes. Obrador no puede ofrecer
otra cosa más que extender a todo el país ese anarquismo salido del cariño
izquierdista hacia las masas gritonas, corrupción y aniquilamiento del sector
productivo. Algo así como una Venezuela mexicana, o algo todavía peor si
añadimos los efectos ocasionados por la hostilidad de Trump.
Ante tan nublada etapa de su historia, México necesita hijos
con ideas. Repetir un licuado de marxismo, chavismo y castrismo maquillado como
un tinte patrióticamente paternalista no le servirá de nada, pero sí lo enviará
a lo más profundo de las naciones en vías de desarrollo. Sería bueno
abstenerse, señor López Obrador. Un gran patriota también sería quien acepte
las limitaciones de su inteligencia, aunque muera en el anonimato.
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