viernes, 27 de enero de 2017

López Obrador, el gran beneficiado de la crisis diplomática entre México y Estados Unidos

Siempre he dicho y he escrito que la izquierda más primitiva para florecer y perdurar necesita pobres, y quizás debido a ello los fabrica por legiones. En mi libro “El político: El oficio indigno”, mencioné que sería imposible para caudillos paternalistas y gritones, en la línea de Hugo Chávez y López Obrador, tener éxito en países como Alemania o Suiza. Sus alaridos allá no les acarrearían fanáticos por doquier pero sí una temporada en un hospital psiquiátrico.
La situación bilateral entre México y Estados Unidos ha entrado en una crisis diplomática que va generando poco a poco el terreno ideal para que Obrador sea presidente y para que convierta a su país en una completa ruina económica, pero llena de amor patriótico. Ingenuamente, muchos creímos que una vez que tomara posesión del cargo, Trump le bajaría dos rayitas a su circo para comportarse con la dignidad y la compostura que exige el cargo de Jefe de Estado del país más poderoso, rico y libre del mundo. Grave error, el tipo sigue usando Twitter como un columnista de espectáculos de una revista que difunde contenidos completamente amarillistas. Y mientras los Padres Fundadores se revuelcan en su tumba de vergüenza, México entra en una difícil etapa en la que requiere el mejor esfuerzo de sus hijos más inteligentes, donde la abstención de la izquierda radical sería lo más sano.
Lamentablemente eso es imposible. La izquierda tendrá ahora un país ideal para florecer. Si las reformas de Peña Nieto hubieran tenido un efecto positivo inmediato, y si Clinton hubiera ganado la presidencia yanqui, otro escenario sería. De ese color las cosas, Obrador estaría ante el imposible reto de un hombre como él de hacer encajar sus políticas en un país cada vez más rico. Algo así como que el Papa vaya a amenazar con el infierno a los que ya descansan en el cielo.
No obstante, estando la situación como está, el nacionalismo mexicano alentado por la antipatía y la agresividad que destila Trump, puede dirigir todas sus esperanzas a un caudillo paternalista, gritón y sin ideas que cree que un modelo soviético humanizado puede funcionar. López Obrador lleva ya muchos años siendo figura relevante en la política mexicana. Ha sido Jefe de Gobierno de la capital, dos veces candidato a la presidencia y presidente legítimo de México por un periodo que inició en el 2006 y que nadie sabe bien cuándo terminó o si alguna vez terminó. También desde el simbólico año 2006, tras desbancar al caducado Cuauhtémoc Cárdenas, es el líder indiscutible de la izquierda mexicana.
Desde su posición, arenga constantemente contra una mafia que tiene esclavizado a México y que vive corruptamente del pueblo, mientras se promociona como un hombre absolutamente bueno, patriota y pacifico que no tiene ningún interés económico detrás de sus proyectos políticos. Curiosamente,  ese caudillo paternalista se afilió al PRI desde mediados de los 70s, cuando éste ya era uno de los partidos más corruptos del mundo y tenía en su haber una buena cantidad de crímenes, fraudes y represiones sangrientas. No hacía ni diez años de la matanza estudiantil del 68 cuando él llegó. Fue parte de una corriente priísta que al no verse favorecida por altos cargos desde la cúpula del partido saltó al recientemente creado PRD a finales de los 80s.  El último priísta relevante que tomó la misma ruta hacia el poder y la gloria fue Ángel Aguirre, ex gobernador de Guerrero defenestrado por la desaparición de 43 estudiantes que conmocionó a México y al mundo.
Por su parte, mientras Obrador fue Jefe de Gobierno de la capital, los escándalos de corrupción fueron de lo más tradicional y dejaron clara su educación priísta. De hecho la izquierda lleva veinte años gobernando la Ciudad de México y la ha convertido en una cloaca de la corrupción y en un campo de rebeliones de comunistas de lo más radical que destruyen todo a su paso y rara vez o nunca alguien paga por sus desmanes. Obrador no puede ofrecer otra cosa más que extender a todo el país ese anarquismo salido del cariño izquierdista hacia las masas gritonas, corrupción y aniquilamiento del sector productivo. Algo así como una Venezuela mexicana, o algo todavía peor si añadimos los efectos ocasionados por la hostilidad de Trump.
Ante tan nublada etapa de su historia, México necesita hijos con ideas. Repetir un licuado de marxismo, chavismo y castrismo maquillado como un tinte patrióticamente paternalista no le servirá de nada, pero sí lo enviará a lo más profundo de las naciones en vías de desarrollo. Sería bueno abstenerse, señor López Obrador. Un gran patriota también sería quien acepte las limitaciones de su inteligencia, aunque muera en el anonimato. 

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