Esta obra maestra de la literatura universal data de finales
del siglo XVII, se trata de uno de los mejores libros que he leído y lo
volvería a leer no una, sino cuántas veces se me atraviese a lo largo y ancho
de lo que me dure la vida. Poder degustar de una obra con tal profundidad
filosófica no es sólo un gusto, el placer de tamaña lectura me alcanza para
decir que ha sido un honor. Un honor nostálgico, triste, pero honor al fin.
Se trata de una novela japonesa que repasa las costumbres de
la época en que se halla situada, el Período Edo, desde la perspectiva de una
anciana que ha echado a andar su memoria para relatar toda una vida dedicada a
la prostitución. Quizás por la temática que sirve de fondo a Ihara Saikaku para
filosofar sobre las pocas alegrías y las muchas amarguras que envuelven la
existencia pueda haber quien subestime la obra, pero realmente la prostitución
aquí no es más que un escenario. La verdadera sustancia de la novela radica en
el hecho de que la protagonista narradora sabe sufrir con sabiduría y expone su
condición como un matiz circunstancial de la vida.
La obra guarda cierto paralelismo con El retrato de Dorian Gray, exhibe la juventud como la etapa que
culmina junto con la felicidad y la vejez como la puerta al deterioro, al
sufrimiento y la amargura, para culminar en la resignación y el despertar de la
esquiva sabiduría, que no deja de ser amarga cuando llega. De hecho muchas
frases y reflexiones de Ihara Saikaku, que calan en lo más hondo, las habría
firmado el propio Wilde. En esa exploración al placer que concluye en el
colapso inevitable del hedonismo el japonés se le adelantó al irlandés por tres
siglos casi justos.
La anciana narradora repasa su biografía desde su más tierna
juventud envuelta en la vanidad, cuando la prostitución sólo encierra para ella placer, superioridad y
orgullo; rápido llega el inicio de su decadencia, cuando el oficio le sigue
proporcionando placer pero ahora la superioridad y el orgullo han desaparecido
y el oficio es sólo una débil tabla de salvación. Y finalmente llega la vejez,
cuando ha desaparecido todo, cuando ya el oficio resulta denigrante y
mantenerse en él es un logro más propio para la oscuridad, la de la noche y la
de la vida.
Otro de los grandes méritos de la novela es que su antigüedad no nos obliga a hacer un esfuerzo para digerir una narración tan ornamentosa que se vuelve al poco tiempo bastante densa. Nada más lejos de la realidad. Vida de una mujer amorosa es un clásico ciertamente exótico pero cuya belleza y realismo narrativo lo vuelven joven. 
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