Desde hace muchos años siento un enorme afecto y respeto por
el pueblo judío. Creo firmemente en el derecho de Israel a existir como país, y
admiro el esfuerzo extraordinario de mujeres y hombres en esa tierra para
consolidar una democracia funcional y un país libre en un entorno tan
abiertamente hostil. Su logro ha sido extraordinario y son un gran ejemplo para
otros pueblos del mundo. Ni duda cabe de ello. A diferencia de Hugo Chávez, que
los odiaba desde lo más profundo de sus vísceras, yo comprendo la gran proeza
de ese pueblo, su importancia para el mundo, y les profeso mi más sincera
admiración.
Partiendo de sus logros, la grandeza que caracteriza hoy en
día a Israel no se entendería sin sus grandes hombres. Porque los ha tenido,
pese a que el mundo se niegue a admitirlo. A Israel, comúnmente, se le exige
mucho para reconocerle muy poco. Es el único pueblo del mundo que da sabiendo
que va a perder. Se minimizan sus hazañas y se promocionan sus errores. Los
grandes hombres de Israel no son tales para el mundo. Cuando murió en
septiembre pasado el gran Shimon Peres, los medios internacionales no le dieron
ni un cinco por ciento de cobertura al suceso comparado con la muerte, dos
meses después, del dictador Fidel Castro. Se inclinaron por el mayor enemigo de
la libertad y le dieron la espalda a un hombre que fue un gran ejemplo para el
mundo.
También si comparamos la muerte de Nelson Mandela con la del
general Sharón se nota el desprecio del mundo al pueblo judío. Ambos, Sharon y
Mandela, tuvieron luces muy luminosas y sombras muy oscuras. Pero mientras que
el funeral de Mandela fue un suceso de gran relevancia para el mundo, donde
Obama y Raúl Castro honraron al fallecido dándose la mano, la muerte de Sharón,
un soldado valiente, un gran estratega militar y un hombre crucial para la
actual grandeza israelí, la habrían dejado pasar de no ser porque los
protocolos diplomáticos obligaron a las cancillerías a darse por enteradas.
Sólo Israel le rindió el merecido tributo a uno de sus mejores hijos.
Y entre esos grandes hombres que pese a todos los
pronósticos y con la adversidad encima le han dado una gloriosa historia a
Israel, considero que Bibi Netanyahu lleva un papel importante. Los líderes del
mundo tienen sus ratos difíciles, pero los de Israel los tienen todo el tiempo,
y Netanyahu ha sabido soportar su carga y defender a su pueblo. No obstante, con
ese espaldarazo que quiso darle a Trump por su intención de construir un muro
en la frontera con México, Bibi no cometió un error, lo suyo fue una estupidez.
Quizás sería bueno que los Jefes de Estado sometieran cada
tuit que quieren publicar al escrutinio de sus asesores, porque a veces unas
cuantas palabras en Twitter son una metida de pata bastante profunda. Las de Netanyahu
fueron éstas:
El presidente Trump
está en lo cierto. Construí un muro en la frontera sur de Israel. Frenó toda la
inmigración ilegal. Gran éxito. Gran idea.
Por qué lo hizo está bastante claro, y quizás eso lo
justifica un poco. Obama, un hombre tirado a la izquierda, fue el presidente
yanqui que menos ha querido al Estado judío, y no se cansó de demostrarlo. Sin
duda le dio no pocos dolores de cabeza a Netanyahu, que es Primer Ministro casi
desde que Obama tomó el mando de la Casa Blanca. Así las cosas, la llegada de
Trump debió significar la reactivación del entendimiento y el apoyo. Se
entiende que Trump, un tipo tan corto de miras en cuestiones diplomáticas, tras decir que borrará a los terroristas musulmanes de la faz de la tierra, vea a
Israel como su aliado por antonomasia. De hecho, después de padecer a Obama,
Trump viene a ser como una especie de compensación para el Estado judío, con el
simbólico acto de llevarse la embajada yanqui de Tel Aviv a Jerusalén, a manera
de demostrar respaldo y apoyo absoluto.
En ese contexto, está claro que Netanyahu quiso decir
“gracias” con su tuit. Pero se aventuró demasiado demostrando una profunda
ignorancia. México no es Palestina. Es una democracia (con sus muchos defectos)
legalmente constituida que cambia de presidente cada seis años desde hace poco
menos de un siglo, en tanto que los
mexicanos que cruzan ilegalmente las fronteras no llevan bombas para matar
estadounidenses. Van a trabajar y las autoridades fronterizas yanquis cierran
el ojo ante la falta de mano de obra en su país. Es un acuerdo no escrito pero
que ha funcionado durante muchos años y ambos países se han beneficiado de ello. Las relaciones -si es que se le puede
llamar relaciones- entre Israel y Palestina no tienen absolutamente nada que
ver con las que sí mantienen Estados Unidos y México.
Ciertamente, en su propio territorio y con el dinero de su
país, si se lo permiten, Trump puede hacer un muro desde Nueva York hasta Oregon, otro
para separar a Alaska de Canadá y cuántos más quiera donde le venga en gana. Hacerlo,
como es su propósito, en la frontera con México, es una actitud racista y
humillante, mas digamos que la soberanía de la Unión Americana le da el derecho
de tomar tal medida. Pero, aun así, continua siendo un crimen pretender que el
país vecino, que no quiere el muro, lo pague. Un proyecto de esa naturaleza y
de semejante envergadura correspondería a ambos países planificarlo y su
aprobación a ambos poderes legislativos. No obstante, Trump pretende obligar
dictatorialmente a su vecino a que lo pague. Sí, obligar, obligar a un socio
comercial, a un país clave en el desarrollo de su economía, a hacer algo que no
está en sus planes, a llevar el costo de un capricho producto de lo muy poco que está ejercitado su intelecto como estadista. Esa es una conducta más propiamente hitleriana que del Jefe de Estado
de la democracia más funcional del mundo.
La metida de pata de Bibi Netanyahu fue grave, y se nota que la suya fue una opinión producto de la euforia, la ignorancia y la precipitación.
Trump se puede largar en cuatro años, y su lugar tal vez lo ocupe un demócrata
que demuestre la misma animadversión de Obama hacia el Estado judío. Mientras
que por el otro lado, la situación de México no está pasando desapercibida.
Ante la actitud criminal de Trump, recibe el apoyo moral de toda la hispanidad
y de importantes intelectuales a lo largo y ancho del mundo. No se trata de
algo que le acarre popularidad al nuevo mandatario yanqui, su enfermiza
obsesión con los migrantes está haciendo que ya muchos le vean la cara de
Hitler. Netanyahu no debió alinearse con él en una cuestión bastante impopular
y que no tiene nada que ver con las relaciones que unen a su país con Estados
Unidos. Israel ya no necesita que lo odien
más, y menos por unas cuantas palabras salidas desde la estupidez.
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