martes, 31 de enero de 2017

Peña Nieto, Trump, el Tratado de Libre Comercio, el muro y la historia que aguarda

El mayor reto de los poco menos de dos años que le quedan a Peña Nieto al mando de gobierno de México gira en torno a cómo se desempeñe en sus relaciones con Estados Unidos. No la tiene sencilla. Talleyrand incluso diría que es una situación desesperada. Trump, el NAFTA y el muro son los factores que determinarán su futuro en la historia de los presidentes mexicanos. Sin proponérselo, el destino lo colocó en una época de enorme transcendencia  que no pasará desaperciba.
Quizás es un castigo divino que se tiene bien ganado. Empezó a hacer campaña para la presidencia básicamente desde que tomó posesión como gobernador del Estado de México. Quería ser presidente a cualquier precio, y vaya que gastó para serlo. Promocionó su imagen todo cuanto le fue posible con recursos que quizás nunca quede bien claro de dónde salieron.
Como favorito de las elites, capaces de todo con tal de alejar la presidencia de la izquierda primitiva que impera en México, lo arroparon como a un recién nacido con tal de asegurar su triunfo. Lo sacaron del bache en que fue a caer por culpa no haber leído tres libros tal vez en toda su vida y antes de eso le diseñaron una imagen familiar como la del matrimonio Kennedy que no dio ni de lejos los resultados que se esperaban. Mas no fue dinero tirado a la basura, a fin de cuentas –de cuentas seguramente exorbitantes-, ganó la presidencia.
Ya en el poder, logró el apoyo de los partidos de oposición y con ello reformas que pretendían consolidar a México como un país ideal para la inversión extranjera y un importante bastión del libre comercio al norte de Latinoamérica. Hasta allí todo pintaba bien, tanto como de maravilla. Pero la poca corrupción que el PAN había logrado echar del gobierno federal, el PRI se la encontró a medio camino y la volvió a meter, en memoria de los viejos tiempos.
Quizás no previeron que ese hermanamiento PRI-corrupción era peligroso en una época en que la información ya no es exclusiva de unos cuantos que pueden estar en la nómina del gobierno. La nueva corrupción del nuevo PRI pronto fue del dominio público y mermó terriblemente la imagen de Peña Nieto. Pero la cosa bien pudo quedar allí, un gobierno priísta corrupto es algo grave mas no una rareza. Una raya más al tigre, y donde ya cupieron no se sabe cuántas caben otras tantas.
Pero después vino el petróleo con su bajada de precios a truncar el efecto de sus grandes logros, las reformas, y empezó a consolidarse su caída libre. De terminar su sexenio así, habría salido de la presidencia muy mal parado, con una pésima fama de inculto, de corrupto y de traidor a la patria por privatizar el petróleo. Probablemente sin muchas ganas de salir a pasear por la calle.
En un escenario tan desalentador, lleno de fracasos a corto plazo y de zozobra por el futuro, vino a ganar la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump, y eso ha obligado a Peña Nieto a reinventarse por completo. Un enorme reto que ningún presidente hubiera querido y en el que él, en honor a la verdad, no ha actuado del todo mal.
Muchos le exigen dureza y radicalismo sin detenerse a recapacitar en que México, para su mala suerte, negocia desde abajo. Peña Nieto invitó a Trump a visitarlo en la propia capital azteca cuando éste apenas era candidato, y se lo quisieron comer vivo por ello, por no montar en cólera frente a él y no exigirle una disculpa por querer un muro en la frontera y por llamar a los mexicanos violadores y asesinos. Pero analizando las cosas con sensatez, se entiende que su libertad para exigir no era mucha. Es el presidente de México, no un activista social. Un arranque ponía en riesgo el trabajo de millones de mexicanos a ambos lados de la frontera. Peña Nieto podía pensar mil improperios en voz alta pero manteniendo los labios cerrados. Una actitud de energúmeno sólo hubiera causado que Trump se burlara de él y que después, si ganaba, que ganó, tuviera pretextos que le hicieran más fácil la tarea de tomar medidas radicales.
Unos cuantos meses más tarde, cuando Trump se convirtió en inquilino de la Casa Blanca, inmediatamente se acordó de que odiaba a México. Se apresuró a tomar medidas de forma unilateral sin duda con la intención de provocar a su vecino. Muchas fueron las voces que se dejaron llevar más por pasiones que por sensatez y le exigieron al presidente tomar una postura enérgica. Pero Peña Nieto optó por llevar una negociación conciliatoria en todo momento. Tan sólo cuando la presión fue mucha, canceló una reunión con Trump programada para el día hoy, pero de la forma menos despectiva que pudo.
Ha actuado bien, limitado por enormes presiones. A los que claman por una actitud fúrica y contundente, deberían de entender que una guerra económica México no tiene las armas para ganarla. Peligra la dignidad, cierto, pero también el bienestar de millones de familias. A los presidentes se les exige diplomacia, mesura, y eso es lo que Peña Nieto está haciendo, resistiéndose a los que le exigen tomar una actitud bravucona al estilo chavista. Hace más de siglo y medio, Metternich, un anciano octogenario a punto de despedirse de la vida, le imploraba al joven emperador Francisco José, en torno a sus tensas relaciones con Italia: “Por lo que más quiera, Majestad, nada de ultimátum”. El viejo estadista, homologable a Talleyrand, a quien de hecho llegó a enfrentar, sabía bien los grandes beneficios de dialogar, de ganar tiempo y mantener las vías tendidas a la diplomacia.
Peña Nieto está haciendo lo correcto. No es Metternich, pero hace lo mejor que puede. Mientras tanto, mientras se sabe qué le depara el destino a México, la cara del político con aspecto juvenil que sonreía para todos lados ha cambiado por la de un sentenciado a muerte. Pero quería ser presidente a cualquier precio. Mas estoy totalmente seguro de que él nunca imaginó que el precio fuera tan alto.

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