domingo, 5 de febrero de 2017

Evo Morales y su museo al caudillismo

He escrito algunas veces que la Constitución Mexicana vigente supera a las que tienen en muchas democracias bastante avanzadas en el hecho de que no permite de ninguna manera que el presidente de la República pueda reelegirse. Esa joya la contiene el preciado libro no por obra y arte de la sensatez sino por un capricho de la historia. Pero lo cierto es que allí está. Peña Nieto se irá el primero de diciembre del 2018 para no volver, y estará inhabilitado durante una década para ejercer un cargo público, algo que no se puede decir de Theresa May, Merkel,  Trump, Hollande, Rajoy, Putin y mucho menos de Nicolás Maduro. Todos ellos tienen abierta la posibilidad para volverlo a intentar. Peña NO, y eso a la Constitución de México la vuelve grande y admirable.
Lo anterior me ha venido a la cabeza debido a que Evo Morales, el presidente boliviano, acaba de inaugurar un museo a sí mismo que exhibirá, entre otras cosas, su historia de caudillo, los miles de regalos que ha recibido durante sus años como líder y una estatua de él de tamaño natural y de incalificable mal gusto. Todo por la modesta suma de ocho millones de dólares que Morales no creyó que hicieran falta en otras áreas de un país tan golpeado por la pobreza.
Las críticas no se hicieron esperar. El museo no es un guiño despistado al culto a la personalidad, es todo un monumento. Morales, educ… adiestrado bajo los conceptos primitivos y radicales del castrismo, donde por encima de cualquier institución debe de haber un caudillo amado y respetado por el pueblo, lleva ya once años en la presidencia de Bolivia con más sombras que luces y distinguiéndose como el peor orador de los mandatarios de América quizás desde que la tecnología guarda registro. Es un firme defensor de la continuidad de las nuevas monarquías del hemisferio, de esas en las que el rey-presidente también puede ser vitalicio como en el pasado pero ahora culpa de su cargo al pueblo y no a Dios, y de las que México está a salvo gracias a su Constitución Política.
Latinoamérica, una tierra que más que progreso añora caudillos, es un terreno ideal para que vividores cínicos y farsantes satisfagan su enamoramiento del poder y construyan con los recursos del pueblo monumentos a sí mismos. Alguna vez Vargas Llosa dijo respecto de una modesta escultura en su honor, algo así como “Esto debieran de hacerlo después de que me muera”. Qué admirable modestia y que contraste con Evo Morales, que arrebata ocho millones de dólares de las necesidades de su pueblo para glorificarse.
Pero se trata de dos hombres bastante diferentes, partiendo ya del gran distanciamiento que existe entre un político y un intelectual. Don Mario ya demostró que sabe hacer literatura y bastante bien, su biografía como triunfador ya está hecha. Evo, por el contrario, todavía no demuestra saber hablar con soltura. Y de gobernar bien no se diga. Tiene que suplir lo que no puede hacer creando artificialmente un gran líder, y para eso ha creído que un museo sirve, sin importar su costo. A fin de cuentas, lo paga el pueblo.
Pero el dinero público no es para que narcisistas frustrados superen sus complejos de inferioridad. Debe de tener otros fines realmente enfocados a las necesidades del pueblo, y de darle ese destino debieran de ocuparse las instituciones, las mismas que ese caudillismo monárquico y grotescamente corrupto que fundó Hugo Chávez y que continúan tantos otros, Evo entre ellos, se empeña en destruir mientras que no le sirvan o no se sometan. Los caudillos no toleran las instituciones, sus anhelos de gloria los llevan a cultivar las formas de gobierno más primitivas. 

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