He escrito algunas veces que la Constitución Mexicana
vigente supera a las que tienen en muchas democracias bastante avanzadas en el
hecho de que no permite de ninguna manera que el presidente de la República
pueda reelegirse. Esa joya la contiene el preciado libro no por obra y arte de
la sensatez sino por un capricho de la historia. Pero lo cierto es que allí
está. Peña Nieto se irá el primero de diciembre del 2018 para no volver, y
estará inhabilitado durante una década para ejercer un cargo público, algo que
no se puede decir de Theresa May, Merkel, Trump, Hollande, Rajoy, Putin y mucho menos de
Nicolás Maduro. Todos ellos tienen abierta la posibilidad para volverlo a
intentar. Peña NO, y eso a la Constitución de México la vuelve grande y admirable.
Lo anterior me ha venido a la cabeza debido a que Evo
Morales, el presidente boliviano, acaba de inaugurar un museo a sí mismo que
exhibirá, entre otras cosas, su historia de caudillo, los miles de regalos que
ha recibido durante sus años como líder y una estatua de él de tamaño natural y de incalificable mal gusto. Todo por la modesta suma de ocho millones de
dólares que Morales no creyó que hicieran falta en otras áreas de un país tan
golpeado por la pobreza.
Las críticas no se hicieron esperar. El museo no es un guiño
despistado al culto a la personalidad, es todo un monumento. Morales, educ…
adiestrado bajo los conceptos primitivos y radicales del castrismo, donde por
encima de cualquier institución debe de haber un caudillo amado y respetado por
el pueblo, lleva ya once años en la presidencia de Bolivia con más sombras que
luces y distinguiéndose como el peor orador de los mandatarios de América
quizás desde que la tecnología guarda registro. Es un firme defensor de la
continuidad de las nuevas monarquías del hemisferio, de esas en las que el
rey-presidente también puede ser vitalicio como en el pasado pero ahora culpa
de su cargo al pueblo y no a Dios, y de las que México está a salvo gracias a
su Constitución Política.
Latinoamérica, una tierra que más que progreso añora caudillos,
es un terreno ideal para que vividores cínicos y farsantes satisfagan su enamoramiento
del poder y construyan con los recursos del pueblo monumentos a sí mismos. Alguna
vez Vargas Llosa dijo respecto de una modesta escultura en su honor, algo así como
“Esto debieran de hacerlo después de que me muera”. Qué admirable modestia y
que contraste con Evo Morales, que arrebata ocho millones de dólares de las
necesidades de su pueblo para glorificarse.
Pero se trata de dos hombres bastante diferentes, partiendo
ya del gran distanciamiento que existe entre un político y un intelectual. Don
Mario ya demostró que sabe hacer literatura y bastante bien, su biografía como
triunfador ya está hecha. Evo, por el contrario, todavía no demuestra saber
hablar con soltura. Y de gobernar bien no se diga. Tiene que suplir lo que no
puede hacer creando artificialmente un gran líder, y para eso ha creído que un
museo sirve, sin importar su costo. A fin de cuentas, lo paga el pueblo.
Pero el dinero público no es para que narcisistas frustrados
superen sus complejos de inferioridad. Debe de tener otros fines realmente
enfocados a las necesidades del pueblo, y de darle ese destino debieran de
ocuparse las instituciones, las mismas que ese caudillismo monárquico y
grotescamente corrupto que fundó Hugo Chávez y que continúan tantos otros, Evo
entre ellos, se empeña en destruir mientras que no le sirvan o no se sometan. Los
caudillos no toleran las instituciones, sus anhelos de gloria los llevan a
cultivar las formas de gobierno más primitivas.